EL DÍA DESPUÉS

No  vemos la hora de que llegue el desconfinamiento, e imaginamos como será recuperar la normalidad, retomar los planes aplazados, las tareas que han quedado pendientes, todos los abrazos por dar; ya que son varias las semanas en las que el mundo, tal como lo conocíamos, se paralizó casi por completo. Tendremos que volver con cordura y a cuenta gotas a la normalidad y, es ahí, en ese momento, que empezamos a darnos cuenta que aquello que tanto deseábamos puede que ahora nos asuste aún más, porque nos encontramos ante una realidad desconocida.

Cuando se viven periodos de aislamiento, pese al deseo de volver a socializar, la idea de que el peligro aún está fuera puede provocar cierto nerviosismo, estados anímicos alterados y ciertos pensamientos negativos. En psicología estos síntomas podrían tener que ver con el síndrome de la soledad inquieta, también conocido como fiebre de la cabaña, que suele darse cuando una persona sufre momentos prolongados de aislamiento. Este síndrome se caracteriza por la sensación de:

  • Falta de control
  • Falta de autorregulación

 Aunque alguna persona pueda llegar e experimentar el síndrome de la cabaña, por el tipo de intensidad con el que haya experimentado la situación, lo más común será encontrarnos con episodios de nerviosismo. El nerviosismo es la versión más leve de la angustia, por su duración más breve e inofensiva y se vive como un estado interno de inquietud que tiene como consecuencia la pérdida de la calma. Este estado de nerviosismo puede ir acompañado de temblor de manos, sudoración, sensación de inseguridad, falta de concentración, etc. Por su parte, el cambio anímico puede estar asociado a sentimientos de tristeza que pueden interferir en nuestra vida diaria, lo cual finamente desembocaría en pensamientos negativos. Entre estos pensamientos negativos los más comunes son:

  • Dramatizar
  • Tener expectativas poco realistas
  • Ser catastrofista

Detrás de estos pensamientos podría estar escondido el miedo, sin embargo, debemos recordar que el miedo cumple una función adaptativa que nos alerta ante posibles peligros y, que nuestras emociones y motivaciones son sistemas funcionales que nos permiten adaptarnos a las exigencias del medio, así pues,  sea este externo o interno, el miedo es un proceso emocional que nos  ayuda a conocernos a nosotros mismos y explicar lo que nos pasa. Sabiendo esto, podemos aliviar esta tensión y nerviosismo aplicando técnicas de relajación para disminuir el estrés y la ansiedad como las siguientes:

  • Respiración diafragmática
  • Relajación muscular progresiva
  • Reír y sonreír

Cuando estamos estresados necesitamos más oxígeno y la respiración se acelera, por ello es eficaz la respiración diafragmática que consiste en inspiraciones y expiaciones abdominales, de forma lenta y profunda desde el diafragma, tomando aire por la nariz y expúlsalo por la boca, vaciando completamente los pulmones antes de volver a inspirar de nuevo. La relajación muscular progresiva disminuye la tensión muscular realizando ejercicios de tensión, poco intensos y breves seguidos de relajación, más largos. Por su parte la risa libera dopamina, endorfinas y serotonina, mejorando el estado de ánimo y aliviando el dolor.

Estas técnicas están ahí si son necesarias, sin embargo, antes de anticipar acontecimientos conviene revisar nuestro sistema de creencias, identificar nuestras emociones y detectar los pensamientos negativos. Muchas veces los árboles no nos dejan ver el bosque, es decir, conviene dar un paso atrás para tener una mayor perspectiva de las cosas y poder observar con más objetividad. Si identificas los pensamientos que no nos están ayudando podremos aplicar con mayor facilidad una respuesta más adecuada.

Es razonable conservar la prudencia (capacidad de pensar, ante ciertos acontecimientos, sobre posibles riesgos para adecuar la conducta y no recibir o producir perjuicios innecesarios) y actuar coherentemente, y para ello habremos de planificar y programar nuestras actividades de forma  escalonada, comenzando por lo más básico y aumentando progresivamente la dificultad o riesgo de la tarea. Sin prisa pero sin pausa, porque tampoco conveniente emocionalmente posponer aquellas tareas que realmente podamos realizar, ya que ir recuperando la actividad nos irá proporcionando seguridad y confianza. Seguidamente, a medida que nuestras responsabilidades nos lo permitan, sentiremos no solo la obligación, sino el deber de realizarlas y esta vez, con más confianza. Finalmente, como ejercicio de toma de conciencia, podemos hacer una lista, con algunas de las cosas que criamos importantes antes del confinamiento y razonar si se ha modificado nuestra lista de prioridades, posiblemente entonces nos demos cuenta de cuan afortunados somos.

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